De palabra en palabra aprendimos a hablar. Eso antes de ir a la escuela y antes del silabario. Pero el silabario sigue siendo el proverbial primer instrumento. Fantaseemos con la idea de que en otros dominios, existan también conjuntos de sílabas que combinadas debidamente nos permitan hacer construcciones útiles y complejas. Toda la geometría se puede construir a partir del punto y de la línea. ¿Será posible encontrar elementos de conducta que sirvan para ir construyendo el bien común?
Veo personas paseando a sus perros en los parques, con bolsas plásticas para recoger sus excretas. Esa es una sílaba con la cual podemos evitar el malestar de otros viandantes.
Veo también personas en sus vehículos cediendo el paso en concurridas intersecciones. No piensan en yo no le aflojo a nadie; ahora me saco el clavo; que ceda el que viene atrás. Sino que se dan cuenta, a pesar del malestar, del cansancio y de la prisa, que tenemos la posibilidad de agravar el problema o aliviarlo. Y escogen esto último.
La mano invisible de Adam Smith, postula que cada uno de nosotros, buscando nuestro propio beneficio, beneficia a la comunidad: el panadero produce el pan para beneficiarse de su industria, pero acaba deleitándonos. Pues también opera otra mano invisible que hace que contribuyendo al bien de los demás, nos beneficiemos a nosotros mismos.
La vida civilizada es contraria a nuestros instintos. En el fondo, nuestro cerebro reptiliano es agresivo, egoísta, anda tras la supervivencia a toda costa. Tenemos que estar conscientes de esos impulsos y aprender a manejar esa energía a fin de ser miembros de una comunidad. En parte, la educación es ese esfuerzo por moldearnos para no ser delincuentes, ni destructivos, ni insolidarios, ni desagradables con los demás.
La regla más beneficiosa para todos es la de no hagas lo que no quisieras que te hicieran. O haz lo que quisieras que te hicieran. Para aceptar esto no se necesita ser bondadoso ni blando ni filántropo. Basta con ser razonable.