Hace muchos años se sabe que la estimulación desarrolla el cerebro de los niños. Colores, formas, cantidades, causas, movimientos, relaciones, tamaños, sonidos, texturas, temperaturas, densidades, son utilizados por educadores y padres. Lo que no sabíamos sino hasta hace poco, es que la estimulación también desarrolla el cerebro de los adultos.
La verificación de la plasticidad cerebral, entendida como la permanente modificación del cerebro, sin límite de edad, abre el camino para que se considere importante la estimulación del cerebro adulto. Esto, unido a la aceptación de que el cerebro de cada uno es tan singular como su huella digital, singularidad relacionada con la anatomía cerebral pero principalmente con el número y forma de las conexiones entre neuronas. Estas conexiones se pueden crear. Las crean las nuevas experiencias, corporales, mentales, afectivas.
Hace muchos años, en una empresa del país, se entrenaba a los colaboradores mediante un programa rotativo, de manera que en un año podían aprender a desempeñar varios puestos diferentes. La empresa ganaba por el hecho de que disponía de varias personas que podían asumir diversas funciones en caso de ser necesario. Y los colaboradores también ganaban en destrezas, pero no creo que entonces repararan en que también estaban estableciendo nuevos conjuntos de conexiones neuronales.
Las oportunidades son múltiples. Aprender una canción. O un baile. O un deporte. Leer una novela, especialmente escrita en un estilo no tradicional. Leer a Borges o a García Márquez por ejemplo. Dar pasos en una lengua nueva, no importa cuán pocos los pasos o cuán cortos. Acampar. Ir a la playa. A la montaña. Pasear en bicicleta. Escribir con la mano menos diestra. Leer al revés.
Aprender, que es lo mismo que cambiar,produce sentimientos encontrados. Lo valoramos. Pero nos atemoriza lo nuevo. Sentirnos sin los asideros acostumbrados. Tal vez enfrentando la contradicción entre lo nuevo y lo que creíamos. Pero es una actividad que debemos esforzarnos en practicar. Ella promueve la renovación permanente de nuestras conexiones cerebrales. Del conjunto de esas conexiones quizá dependa nuestra capacidad de comprender este mundo cambiante; de no convertirnos en fósiles totalmente predecibles; de encontrar interesantes situaciones y personas con las cuales vamos cruzándonos en el camino. Y lo que es muy importante, de irnos conociendo mejor a nosotros mismos.