Hay temas que por años han pertenecido preferencialmente a una disciplina. Eso ocurre con el tema de la evaluación. Al mencionarlo, pensamos que es un tema de educadores. Pero pertenece al área de control en el conocido ciclo de tener unas metas, ver los resultados producidos por un actor, retroalimentarlo y esperar a que su desempeño mejore gracias a este ciclo.
Así vista, la evaluación es también un tema para jefes, coaches, directores de empresa, entrenadores deportivos, directores espirituales y terapeutas. Generalmente no es difícil fijar las metas ni compararlas con los resultados. El elemento crítico es la disposición del actor a recibir la retroalimentación y a mejorar a partir de esa información.
Si vemos la retroalimentación, especialmente la que señala lo que hay que mejorar,como un agravio, la defensividad subsiguiente coarta el proceso de mejoramiento. Nadie que se considere ofendido por la información que se le da, la procesará adecuadamente para mejorar.
A veces parece que vivimos en una cultura de conmigo no se metan, en la cual señalar un error, un faltante, o un área de mejoramiento, desata racionalizaciones y resentimientos. De esa cultura forman parte algunos estribillos como quién sabe que tienen contra mí, esto es un montaje o una cacería de brujas.
¿Podríamos corregir esto desde la escuela? En la escuela, mucha de la evaluación es sumativa: calificamos para decidir si el estudiante pasa o no pasa. Así, con tanto en juego, nos ponemos defensivos. Otro resultado tendríamos si la evaluación fuera formativa: el maestro da información específica sobre cómo mejorar, sobre lo que parece que causó el deficit de conocimiento y el estudiante agradece la pericia y oportunidad del señalamiento.
Hoy sabemos que el aprendizaje –de estudiantes, ejecutivos, colaboradores- mejora con la metacognición, esto es, con el pensar sobre cómo se piensa y sobre cómo se aprende. Pero esa metacognición carece del componente importante de la retroalimentación si no le damos la bienvenida a una cultura de evaluación, donde la humildad y la objetividad, ocupen el terreno de la arrogancia. Donde todos sintamos que lo que hacemos es mejorable.Y donde quienes evalúan no lo hagan parapetados en su autoridad formal, sino que se salgan de ahí para acercarse como pares al evaluado.