Les recuerdo el cuento de Juan Cachos. Él tenía severas explosiones de ira cada vez que alguien le llamaba Juan Cachos. Pero además, permitía que suposiciones y sospechas paranoides se enlazaran en su mente para desatar la tempestad. Tanto así, que un día se cruzó por la calle con alguien que le dijo: adiós amigo mío. Devolvió el saludo pero inició la rumia suspicaz: me dijo amigo mío. Mío hacen los gatos. Los gatos beben leche. La leche viene de las vacas. Las vacas tienen cachos. Y entonces explotó en ira porque había sido ofendido.
Martin Seligman en su libro Optimismo Aprendido señala la causa de muchas disfuncionalidades de nuestro comportamiento. Lo denomina el efecto E-C-R,Evento–Creencia–Reacción. Usted va a abordar el bus. Al llegar a la puerta el chofer la cierra. Ese es un evento real totalmente verificable que podría por ejemplo quedar grabado en un video. Ese evento no es en sí ni ofensivo ni pacífico. Es neutral. Pero usted pasa ese evento por un filtro. El filtro de sus creencias. Usted cree que el chofer cerró la puerta con mala intención, por hacerle daño, por causarle malestar. Y, desde luego, esa mala intención o afán de causarle malestar, de ser verdaderas, constituirían una agresión. Y su reacción ante esa agresión es la de defenderse, responder. Y entonces cuando usted ve al bus avanzar, está dispuesto a lanzarle un proyectil si lo tuviera a mano o al menos un improperio, que son los proyectiles que tenemos en la lengua.
No tenemos control sobre los eventos que nos ocurren. Sí tenemos control sobre nuestras creencias. En vez de la creencia paranoide, derrotista, negativa, pesimista, de que se nos trata de hacer daño o de causarnos una ofensa, podríamos considerar otras posibilidades menos tremendas: el chofer puede haber visto cambiar la luz del semáforo y apresurarse a marchar. Un policía de tránsito podría haberle señalado que estaba recogiendo pasajeros en zona prohibida. Su horario podría mostrar retraso y obligarlo a apresurarse. En todos estos casos, su reacción hubiera sido distinta.
Haga el ejercicio, la próxima vez que se sienta mal tratado, de buscar las múltiples explicaciones del evento y dese cuenta de cuántas veces usted abrevia este proceso para recurrir a una creencia negativa, pesimista.