Recuerdo que hace muchos años en las empresas del Grupo Kativo se quería introducir en la cultura empresarial,la preocupación por la seguridad. Se utilizaba entonces lo que se denominaba “el minuto de la seguridad”, el cual consistía en que todas las actividades grupales, comenzaban con una comunicación de un miembro elegido al azar, sobre el tema de seguridad. Recuerdo muchas ocasionesen que ya casi iniciaba mi trabajo como consultor, cuando se me detenía para esperar a que el elegido cumpliera con “el minuto de la seguridad”.
Es fácil hacer propósitos en las empresas y en las familias. Lo difícil es cumplirlos de manera sostenida. Y muchas veces, la falta de sostenibilidad de un buen propósito, depende más de la falta de memoria que de la falta de voluntad.Es entonces cuando el recordatorio tiene valor.
Para muchos, el recordatorio está en un papelito que pegan en el espejo del baño, o en el dash del automóvil, o en la tapa de la agenda de papel, o está en las alarmas del teléfono inteligente.Son los monumentos a eventos bélicos que vemos en algunos países donde se lee “perdona, pero no olvides”. O las campanas que llaman a la oración en los conventos.
Recuerdo una junta directiva, que había hecho el trabajo de auto-evaluar su eficacia y que había seleccionado unas cuantas buenas prácticas en las cuales queríaponer especial atención.Les recomendaba entonces que se inventaran “el minuto de la eficacia”. Así, en cada sesión, antes de aprobar la agenda, alguno de los miembros lee las buenas prácticas en las que están empeñados, para así mantener vivos los propósitos de mejoramiento.
Un minuto dedicado, al inicio de una reunión de trabajo,a recordar la importancia de ser concretos, de no hacer discursos, de tener voluntad de llegar a resultados, de no repetir, de construir colaborativamente, de seguir un método para abordar distintos retos, ya sean problemas, diseños, conflictos o sueños, puede rendir valiosos frutos.