Para los católicos, la Cuaresma comenzó la semana pasada. Es tiempo de oración y penitencia, o en lenguaje más de nuestros días, de reflexión y sensibilidad por el otro. Me pongo en los zapatos de un no católico y miro la Cuaresma. Veo a la India, el país con la segunda población más numerosa del mundo después de China y el sétimo en extensión. Veo su historia reciente y la encuentro formando parte del Imperio Británico hasta 1947 en que liderada por la fuerza espiritual de Mahatma Gandhi, culmina una lucha independentista de noventa años.
Miro algunos de los votos de Gandhi: no violencia; decir siempre la verdad; desapegarse de las cosas; hacer algún trabajo corporal; controlar el paladar, que supongo esno vivir para comer; intrepidez: “«La intrepidez es el requisito inicial de la espiritualidad. Los cobardes nunca son morales». Veo al hombre que guardaba silencio absoluto todos los lunes, yquiena los 36 años, casado y con hijos, decidió seguir practicando el celibato. Y a quien expresó que los factores que destruyen al ser humano son, la política sin principios, el placer sin compromiso, la riqueza sin trabajo, la sabiduría sin carácter, los negocios sin moral, la ciencia sin humanidad y la oración sin caridad.
Y entonces encuentro, que aun puesto en los zapatos de un no católico, la Cuaresma es un espacio digno de consideración y de alta necesidad. ¿Quién no se beneficiaría de examinar honestamente la contribución de su trabajo, de su vida familiar, de su responsabilidad ciudadana? ¿Cuánto bien nos haría atenuar el ruido exterior e interior, esa habladera que mantenemos con nosotros mismos y que muchas veces nos hace impermeables a la retroalimentación y otros insumos desarrollantes? Se puede vivir más o menos intensamente. Se pueden vivir vidas chatas, o se les puede agregar nuevas dimensiones. ¿No será que todos tenemos la oportunidad de una vida nueva y abundante? ¿Y que en el sosiego y en la reflexión podríamos descubrir como acercarnos a ella?