Frutos del terremoto

El terremoto me dejó pensativo. Pensé en Braulio Carrillo que en 1841, a raíz de un terremoto que destruyó Cartago, prohibió utilizar tejas. Y en Ricardo Jiménez que a raíz de otro que también destruyó Cartago en 1910, prohibió el uso del bahareque. Pensé también en la visión de los ingenieros civiles que hace muchos años fueron a capacitarse en ingeniería sísmica y que han desarrollado y mantienen actualizado, con su trabajo voluntario,un Código Sísmico ejemplar en el mundo.Y en ingenieros, maestros de obra y trabajadores de la construcción, permeados de una cultura de construcción segura. Pensé en los esfuerzos que se han venido haciendo con los niños y la población en general para que sigan protocolos de seguridad en caso de emergencia. Me dio orgullo ver a los maestros conversando con los niños en los puntos de reunión una vez que habían abandonado los edificios escolares. Pensé que el terremoto reciente “nos salió barato” porque el país ha invertido en prevención,y no de cualquier manera sino mediante investigación y conocimiento. ¿No sería una buena tarea nacional preguntarnos en cuáles áreas se nos está quedando atrás la investigación, el conocimiento y la prevención?

Pensé también en la posibilidad de un seguro social que cubra los daños de las emergencias: si el agua se lleva la casa de alguien en Turrialba, no es señal de buena convivencia quequienes no sufrimos daño, solo pensemos ¡Salados! ¿Por qué un seguro social?Porque nos resulta más visible la contribución que hacemos a la salud de los más necesitados, cuando pagamos la cuota del seguro social, que si ese servicio se financiara a través de impuestos. Y es importante, para la estabilidad de la nación, que sintamos que ella no es sólo un territorio sino una forma de convivir y mejorar.

Y mientras no haya un seguro social de desastres, contribuyamos, no solo para comprar tranquilidad de conciencia, sino para ejercer la virtud de la solidaridad, sobrina nieta del amor.


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