Evaluar es complicado. Hay evaluaciones dicotómicas: este tornillo mide tantoo no lo mide. Pero hay evaluaciones graduadas: la diligencia de este colaborador o de este estudiante,puede ser calificada desde blanco hasta negro, pasando por todos los tonos de gris. ¿Dónde detenemos el lápiz para poner la marca con justicia?
A veces pretendemos dar una calificación global, que sea la resultante de todos los componentes dela idoneidad de una persona, donde no solamente tenemos que tomar en cuenta la diligencia sino también el espíritu de equipo, la visión, la proactividad y veinte variables más. ¿Quién se atreve a calificar en esas circunstancias?Y hay que hacerlo.
Por eso a veces se recurre a dejar que el lápiz registre nuestra opinión, pero al final no damos una calificación global sino que señalamos las cuatro cosas que andan mejor y las cuatro que representan oportunidades de mejora.
Luego viene el seguimiento. Y un par de meses después, recogida información sobre resultados, nos reunimos con la persona evaluada para hablar sobre cuánto ha progresado. Y de nuevo volvemos a enfrentarnos a dificultades. No todos los progresos son visibles. El estudiante a quien no le gustaba la física, pero a quien ahora sí le gusta, aunque sus resultados en los exámenes sigan iguales, está en una situación mejor.
Esto nos lleva a la consideración de que existen victorias visibles y victorias invisibles. No desalentemos a quien intenta por quinta vez dejar de fumar. Podría ser que ahora esté en una mejor posición que antes. Todavía no ha obtenido la victoria visible, pero quizá sí victorias invisibles.
Impidamos que las derrotas visibles condicionen nuestro juicio. Quien viola su plan de reducción de peso –derrota visible- quizá haya acumulado varias victorias invisibles y por eso ignoradas por el observador. Tal vez lo que convenga practicar sea el porrismo incondicional que alienta al atleta contra viento y marea sin importar lo que está ocurriendo. Para el evaluadores imposible saber lo que realmente está ocurriendo.