Crear valor es aumentar la capacidad de una actividad o de un objeto, para satisfacer necesidades. El teléfono celular que sirve de linterna, aumentó su valor. El cereal con vitaminas también.
En las empresas, con muy buen juicio, se invierte en capacitación de su personal. Así se logra que las personas conozcan más sobre instrumentos o prácticas que aumentan su eficiencia. Pero el aumento de eficiencia muchas veces no se transfiere a otros ambientes. Porque éste de la transferencia es un problema de todo proceso de aprendizaje: por alguna razón, lo que el estudiante aprende en clase de matemática, no es inmediatamente aplicado por él en clase de biología, quizá porque la compartamentalización de las disciplinas le pone cercas mágicas que el estudiante no se salta con facilidad.
Lo mismo ocurre en la empresa, de manera horizontal. ¿Por qué lo que se aprende en materia de finanzas no se aplica en el área de mercadeo? Si se lo aplicara, habríamos agregado valor a los esfuerzos de capacitación. Ese es un problema pendiente pero que tiene solución.
El otro problema interesante es cómo lograr la transferencia vertical de conocimientos. ¿Cómo hacer que lo que el ejecutivo aprende sobre cómo deleitar al cliente lo traslade a su vida familiar y se plantee entonces cómo deleitar a su pareja o a sus hijos? ¿Cómo es que ejecutivos capacitados para escuchar a sus colegas, porque de eso depende el buen trabajo en equipo, no son capaces de sentarse a dialogar con sus hijos adolescentes? ¿De qué manera lograr que las destrezas de negociación, tan valoradas en la empresa, orientadas a crear situaciones de “ganar-ganar”, se apliquen en el trato con los vecinos?
Ese es otro problema pendiente, también solucionable. Basta con dedicarle pensamiento y salirse de la caja que muchas veces restringe los objetivos de la capacitación. Con un poco de creatividad en su diseño, los programas de formación en la empresa, pueden beneficiar a la familia y a la comunidad.