Usted recibe un encargo desafiante. Es natural queno sepa ni cómo empezar a pensar en el asunto. Se enfrentará a una bifurcación de caminos. Podrá reaccionar achicándose: se quejará; verá la posibilidad del fracaso y no distinguirá si es una probabilidad o es un tigre de papel; hará un inventario de sus debilidades y carencias; repasará el álbum de recuerdos semejantes a esta situación de ahora, concentrándose en lo que no salió bien y saltándose las páginas de lo que salió bien. Y a menudo pensará, como Moisés osó decirle a Yavé, que no es usted el más capacitado para esa tarea. Que tiene carencias. Que escojan a otro. (Éxodo 4, 10)
O podrá sentirse convocado porque en su cuartel tocaron diana. Y oleadas de energía y de confianza le hacen aparecer el éxito al alcance de la mano. Adrenalina y endorfina iluminan su escenario para una actuación memorable.
¿De qué depende la frecuencia con la que tomamos uno o el otro de los caminos? De nuestro perfil emocional. De los gustos. Hay cosas para las que tenemos más gusto que para otras. Desde luego que también cuentan las competencias objetivas. Y hasta la racha en la cual nos encontramos: las cosas andan saliendo bien o andan saliendo mal.
¿Y cuál es la realidad? Los procesos de creación, de diseño, de búsqueda de solución son dinámicos. Desde el punto cero no hay visibilidad. Pero usted da un paso y todo se habrá transformado. Juzgar la posibilidad de la tarea desde el punto cero es como intentar ver el detalle del camino desde su inicio. Sabremos qué hay más allá de la próxima curva cuando hayamos recorrido parte de ella. El plan no es suficiente. Hay un yo interior –una caja negra- que va elaborando aun lo que no podemos planear o pensar. El instinto, la intuición, el inconsciente. No estamos solos con nuestra razón. La evolución, la cultura, la experiencia, han dejado en nosotros un fecundo sedimento que opera a favor nuestro.