Valores o cosas

Recientemente escuché a Fernando Durán citar una caricatura, como elemento explicativo de lo que parece ser una descomposición nacional de valores. Relataba que en uno de los cuadros de la caricatura, un padre le mostraba a su hijo un billete de banco y le decía “Este es Dios”.

Madres, abuelas, maestros enseñaron a nosotros y a nuestros mayores, valores apropiados para la convivencia. Nos enseñaron a ser compasivos, a ser tolerantes, a buscar acuerdos, a ser diligentes, a tener paciencia, a no causar daño, a no mentir, a no ser cínicos, a respetar al otro.

Y cuando encontramos que esos valores no están pasando por su mejor momento, o cómo los han ahogado los antivalores correspondientes, nos preguntamos ¿Y quién nos enseñó lo contrario?

En los años cincuenta, poco se hablaba de productividad, desarrollo económico, competencia. La educación tenía como finalidad convertirnos en ciudadanos razonables y ayudarnos a ganarnos la vida. De ahí para acá, parece que la finalidad de nuestras vidas se fue estrechando y la jerarquía de nuestros objetivos se fue arreglando de distinta manera, hasta poder decir que en este momento tenemos los objetivos de quienes creen lo que afirma la caricatura.

En unos días, veremos la extraña coexistencia entre la tradición y lo actual. Estamos conmemorando el amor de madre, de abuela, de maestra. Podríamos, para ser coherentes, homenajear a esas figuras, renovando la práctica de los valores que tanto se empeñaron en enseñarnos.Agosto debería ser entonces, un mes para desempolvar los valores tradicionales.Pero es más bien un mes en que nuestro materialismo sale a las calles. Es un mes de paradojas, en que en homenaje a la ternura, regalamos un microondas. Y en recuerdo de la abnegación, compramos una pantalla de plasma.

¿Y cómo hemos llegado a esto? ¿Será esto el triunfo del mercadeo, de la publicidad, del divorcio entre la ética y los negocios? ¿Nos alienó el bienestar material? ¿Compramos una idea espuria de lo que es felicidad?


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