Formular un plan facilita el logro de mejores resultados. Sin embargo, en muchas entidades, planificar se ha convertido en un fin en sí mismo, lo cual ocurre cuando las técnicas de formulación de planes se refinan y se sofistican sin cesar.
Luego nadie debería extrañarse de que a pesar de los esfuerzos invertidos en la formulación de planes, los resultados no muestren mejoras proporcionales. Planes sobrios, realistas, formulados con menor esfuerzo, complementados con una buena ejecución, producen mejores resultados.
La debilidad mayor de algunos planes, no está en la formulación de objetivos, sino en el diseño de los planes de acción que tienen que dar cuenta de su logro. Podemos tener como objetivo expandir el mercado. Pero las acciones tienen que señalar los segmentos específicos y la forma concreta en que se atacará a esos segmentos.
Tener como objetivo mejorar la eficiencia de la producción dice muy poco. La sustancia está en las acciones que muestren cuáles son los procesos que se van a revisar, y qué le exigimos a los procesos revisados que van a surgir de ahí.
Una cosa es señalar que se va a reducir el costo financiero de operar la empresa, y otra diseñar las acciones mediante las cuales se van a readecuar pasivos, a llevar el capital de trabajo a una esbeltez saludable y a capitalizar la empresa.
Los planes de acción están llenos de acciones que tienen el defecto de no ser de alto impacto o de ser de muy difícil ejecución. Toda acción tiene un costo de oportunidad: el costo de no poder ejecutar otra acción porque el tiempo, el talento, la energía de quienes ejecutan, son limitados. Así que es sensato concentrarse en el veinte por ciento de las acciones que causarán el ochenta por ciento de impacto. Lo mismo que hay que tener el valor para descartar esas acciones que por complicadas no son viables. Hacer es difícil. El santo y seña es enfocarse.