Creyentes o no, podrían aprovechar esta semana singular. Es, hasta para quienes trabajarán todos los días, una semana de ritmo más lento: menos habitantes en la ciudad, menos tráfico en las calles, actividades devocionales en las parroquias y este mes de abril de atardeceres lánguidos y yigüirros cantarines.
Tagore dice –lo digo en mis palabras- que una flor es un elemento de la cadena de la vida, pero además, es un mensaje que llega desde lo Absoluto, desde lo Innombrable. El mensaje es de belleza silenciosa, contrastante con el aturdimiento al cual nos llevan los afanes, los ruidos frenéticos del mundo en marcha, que nos producen la ilusión de que no hay otra Realidad.
Antes de descubrirse el magnetismo, un cuerpo solo podría accionar sobre otro haciendo contacto.Antes de la radio, un mensaje de voz estaba limitado en su transmisión por las leyes de la acústica. Antes de las partículas subátomicas, hasta le pusimos al átomo el nombre equivocado aludiendo a su indivisibilidad.
¿Qué ocurriría si Tagore y los creyentes llevan razón y la flor es un mensaje desde lo Trascendente? ¿Estamos respondiendo plenamente a esos mensajes que nos dan las flores y los arroyos, el rocío de la mañana y las sonrisas jubilosas de los niños? Si la sonrisa de un niño es simplementeun fenómeno neuromuscular, recibiríamos el mensaje solamente con nuestro aparato cognitivo, pero lo recibimos con todo nuestro ser porque viene del niño a quien amamos. ¿Pero qué, si viniera de más allá? De momento sabemos que es también un mensaje de la vida, de la razón que anima en el niño, de su amor, que es en parte bioquímica y en parte espíritu.
¿Pero qué, si viniera aún de más allá? ¿Qué, si la fascinante naturaleza y su comportamiento que hemos decodificado con la ciencia no fueran sino analogías de otra Realidad, más elemental, más intensa, y accesible solo al espíritu?
Iniciemos esta semana, en busca de la próxima flor.E intentemos responder al mensaje.