La posición madura es no resistir a todos los cambios. Ni acogerlos todos. Cada cambio tiene varias consecuencias. No todos son tan simples como cambiarse la camisa. Cambiar de empleo tiene consecuencias en el ingreso, en el futuro de la carrera laboral, en la seguridad, en las exigencias delpuesto, en las circunstancias psico-sociales que rodean al trabajo, en elementos algo nebulosos que hacen que una situación nos guste o no. A veces una de las consecuencias nos impide ver las otras, como cuando nos seduce el nivel de ingreso de la nueva posición y se deja de considerar todo lo demás.
Hay cambios que generan más cambio. Aprender un idioma da acceso a fuentes de información que antes eran imposibles de acceder. Permite ponerse en contacto con una cultura nacional diferente. Aprender a tocar un instrumento crea nuevas conexiones neuronales. Hacerse niño o niña exploradores, tiene consecuencias positivas a lo largo de toda la vida en cuanto a iniciativa y sensibilidad por el otro. Hay que saber prever lo que el cambio producirá.
Dos criterios de altísimo valor deben orientar nuestra posición ante los cambios: el impacto que el cambio tenga sobre nuestra supervivencia y sobre nuestra felicidad. Un cambio puede traer a mediano plazo amenazas a nuestra seguridad, como cuando nos trasladamos a una empresa que va en camino de enfrentar gran competencia. O amenazas a nuestra felicidad: piense en lo que significa para una persona muy apegada a su entorno, verse obligada a viajar o a trabajar fuera del país.
También, deberíamos salirnos del marco puramente individual para examinar las consecuencias que un cambio tendría sobre otras personas. Convivir civilizadamente es pensar en el otro. ¿Qué decidir cuando algo nos resulta desagradable o cuesta arriba pero sabemos que es conveniente y deseable para la comunidad? Nuestra posición ante el cambio, requiere entonces, tanto de madurez intelectual para ver las consecuencias como de madurez ética para elegir de acuerdo al bien común.