Las empresas, en busca del mejoramiento de la eficacia, realizan una clara función educativa. Afirmo con certeza, porque lo he experimentado por años, que las metodologías y los contenidos de esa función educativa, podrían ser muy beneficiosas para sus colaboradores en su vida privada y señaladamente en su vida familiar. Esto hasta podría ser considerado como parte de la responsabilidad social corporativa.
En las empresas se desarrollan programas para mejorar los procesos de resolución de problemas,para seleccionar objetivos con sentido, para manejar desacuerdos, para conducir y desarrollar a otros, para trabajar en grupo, para promover la emergencia de ideas novedosas, para iniciar y sostener procesos de cambio, para desarrollar la responsabilidad, para desarrollar la iniciativa y el espíritu emprendedor, para manejar las dificultades y motivarse desde dentro. El costo de promover la transferencia de esos conocimientos y destrezas desde el ámbito laboral hasta el ámbito personal y familiar, podría ser muy bajo.
El paso por una situación formativa nos deja huella. Deja huella un buen colegio, una buena universidad, una buena amistad.Las empresas podrían aceptar el reto de dejar una huella en sus colaboradores. Imaginemos la posibilidad de que una persona afirmara en el futuro que su eficacia es excelente, porque su madre fue colaboradora de la empresa tal y ahí adquirió conocimientos y destrezas que la misma empresa le ayudó a transferir a su vida familiar.
Se daría entonces la posibilidad de que colaboradores más productivos hicieran que las empresas fueran más eficaces y que además sus vidas familiares fueran más exitosas. Esto beneficia a la empresa, le da una dimensión especial a su responsabilidad social,aumenta lo que los colaboradores obtienen de su trabajo y moviliza su lealtad.
Sobre esto he escrito extensamente en el libro “Ensayos en honor a Alberto Di Mare”, publicado por la Academia de Centroamérica en el 2002.