En boca cerrada

Recuerdo la primera vez que escuché la versión ejecutiva de ese refrán. Fue en un grupo de trabajo donde alguien dio una buena idea y todo el grupo convino en que la idea era tan buena que se le pedía a su autor que formara parte de un comité para concretarla. Entonces alguien exclamó “En boca cerrada, no entra comité”. También le pudieron haber dicho ese refrán tan costarricense de “machete estate en tu vaina” utilizado para mostrar las delicias de no decir, de no denunciar, de no proponer.

La iniciativa, la participación, la innovación tienen costo. Si el ideal de una persona en el trabajo es hacer el mínimo esfuerzo, los dos refranes son guías sabias. Pero vivir haciendo mínimo el esfuerzo, deja sin desarrollar facetas de la persona, de la misma manera que vivir sin hacer esfuerzo físico limitaría nuestro desarrollo muscular.

La delegación es un fenómeno de dos vías. Desde el punto de vista de la persona que es jefe, hay una serie de resistencias. Teme arriesgarse a que el otro cometa errores en su nombre. Piensa que nadie lo hará tan bien como ella ha venido haciendo la tarea que ahora piensa delegar. Sabe que tardará más en dar las instrucciones que en hacerlo ella misma.

Desde la perspectiva de la persona a la cual se le delegará, se pueden encontrar diferentes actitudes. Unos quieren que les deleguen porque saben que esa es la mejor manera de crecer en el trabajo. Otros temen el riesgo o valoran no complicarse.

Afortunadamente, la gran mayoría de colaboradores, muestra disposición a encargarse de tareas difíciles, a asumir el riesgo de explorar espacios y responsabilidades nuevas, a no marcar el paso, a dar un poco más que lo que se espera de ellos, a no quedarse congelados y raquíticos dentro de la descripción del puesto, a no ponerse a pensar si “eso me toca o no me toca”. Ellos son los que hacen la diferencia para sí mismos, para las empresas y para el país. Son los que han descubierto la verdad que encierra la paradoja de que dando es como recibimos.


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