Lo que esperamos

Esperar es saber que algo vendrá. Formulamos planes sobre asuntos de los cuales creemos que tenemos control. Esa es una forma de esperanza. Pero también tenemos esperanza sobre asuntos de los cuales no creemos tener control. Vemos unos signos en los asuntos nacionales que permiten esperar un futuro mejor. Hacemos las cosas responsablemente y esperamos que de ese buen hacer surjan frutos positivos.

Se puede mirar el Reino del cual se habla en los Evangelios, como si fuera algo muy abstracto, de dimensiones totalmente espirituales. O se puede pensar que si somos más prudentes en la carretera o más sensibles con los que menos tienen o más justos en nuestras acciones, eso implica acercar el Reino.

Podemos ver el Reino como la plenitud o como la perfección. O podemos considerar que cualquier paso en la dirección del mejoramiento, acerca el Reino. Así lo acercaría el mejor uso del tiempo, o los esfuerzos por reducir la contaminación, o pensar dos veces antes de lanzar la palabra hiriente, la queja habitual o el desencanto irónico.

Las acciones públicas, las de los ministros, las del gobierno entero, son tomadas por individuos como nosotros. Si nos acostumbramos a accionar con excelencia, acabaremos teniendo excelencia pública. Si por el contrario, en nuestra vida individual dejamos que se imponga la flojera, no debería extrañarnos que tome tantos años hacer una carretera, que las carreteras no sean de calidad o que paguemos día a día el precio del desastre del tránsito en las ciudades.

Podríamos sentarnos a dejar que lleguen las soluciones o podríamos convocarlas mediante esfuerzos de mejoramiento personal, con la esperanza de que estos esfuerzos individuales tengan relación a mediano plazo con los resultados nacionales. Lo cual parece más sensato que esperar que quienes nos conducen sufran una conversión radical o esperar a que vengan extraterrestres a hacerse cargo del país. Tal vez el Reino no sobrevendrá si no lo halamos un poco.


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