Varios miembros de su familia y amigos disfrutan de una tarde apacible de tertulia en su casa. De pronto alguien pregunta si querríanir a tomar café a tal centro comercial. La iniciativa finalmente hace que todos suban a dos automóviles, los cuales luego de una hora de sortear presas y huecos en la carretera, llegan a un centro comercial atestado; a un café donde tienen que esperar a que se desocupen dos mesas; donde finalmente les traen un café aguado con una mala repostería. Al regresar a casa, después de cuatro horas de incomodidades, alguien tiene el valor de preguntar si cuando decidieron hacer el infausto viaje, estaban muy convencidos. Y comienzan las explicaciones: La verdad es que yo no propuse sino que pregunté. Otra dirá: yo miré a los demás y como no vi oposición, reprimí la mía. Y otro: pues cuando dos habían hecho gesto de aceptación, me pareció impropio no estar de acuerdo. Y finalmente todos echaron a perder su tarde apacible y la cambiaron por un viaje sin propósito y desagradable.
Este modelo de decisiones fue tratado hace muchos años por el Dr. Jerry B. Harvey quien acuñó una parábola conocidacomo “el viaje a Abilene”, ambientada en las cercanías de esa ciudad texana. Trata de cuán posible es sumarnos a una decisión grupal sin estar realmente convencidos o silenciar nuestros puntos de vista contrarios, quizá por no afrontar el costo de oponernos.
Los seres humanos tenemos una sentida necesidad de afiliación. Queremos sentirnos parte de un grupo, valoramos el estar de acuerdo, tememos que por nuestras ideas o actitudes se nos aleje de los demás, nos da temor ser raros o singulares. En nuestro país eso se acentúa por el temor permanente aproducir una nota discordante, lo que Carmen Lyra llamó “salir con un domingo siete”. Madurar es irse teniendo confianza para discrepar, para cuestionar, para manifestar nuestro singular punto de vista. Para separar los afectos de las decisiones. Para nunca tener que hacer lo que no queríamos hacer.