Hay acciones que se pueden posponer. Otras no. Quien tiene que leer un libro puede leerlo ahora o más tarde. La madre que tiene que atender al bebé hambriento, se ve sometida al sistema audiovisual que éste despliega y no puede escoger entre hacerlo ahora o más tarde. Se puede sembrar hoy o mañana, pero si se tiene una granja de gallinas, hay que alimentarlas hoy o algo pasa. En la empresa, algunos procesos traen en sí sus propios mecanismos para poner la acción en movimiento. El cliente que coloca un pedido, ya nos puso fecha. La reunión de la junta directiva, le puso fecha a la entrega de los estados contables. En cambio hay cosas que se pueden posponer porque no se escucha ninguna alarma que nos las recuerde.
Se puede posponer el mantenimiento preventivo. Claro que con la consecuencia de que un día el equipo se estropeará. Se puede posponer el mejoramiento de la organización. Se puede posponer la formulación de la estrategia. Se puede posponer la revitalización de nuestra capacidad de competir. Es paradójico que quien toma las decisiones en una empresa recibe más presión para cambiar la computadora número diez de un departamento, que para señalar cómo va a sobrevivir la empresa a la competencia de China.
Lo mismo ocurre en nuestra vida privada. Detectamos primero un agujero en el calcetín que una úlcera estomacal. No salimos a la calle si nos falta un botón en la camisa y sí andamos muy tranquilos por ahí con elevados niveles de colesterol malo.
Somos seres muy visuales. Hemos enfatizado en el sentido de la vista. Lo que no vemos tiene una existencia disminuida. Cuando la máquina sin mantenimiento enciende una luz, la atendemos. Cuando mediante algún biomecanismo el colesterol alto nos produjera manchas en la cara, atenderíamos el problema de inmediato.
Me simpatizan mucho los automatismos. Mecanismos que nos obligan a realizar acciones importantes. Por ejemplo, las máquinas que no operan a menos que se activen todas las medidas de protección al operador. O los inventarios visuales donde la dificultad para sacar el primer envase del inventario de seguridad,equivale a una alerta que recuerda que hay que reabastecerse.O el llavero pegado a nuestra faja con una cadena, lo cual hace imposible que dejemos la llave pegada en la puerta. O el tablero en el cual aparecen siluetas de las herramientas, de manera que la que falta, salta a la vista.O las alarmas que ponemos en nuestros artilugios electrónicos.Todo, para subsanar nuestra falta de memoria y de atención.