Decía hace unas semanas a un grupo de ejecutivos en una empresa, que hay que trabajar no como quien se encierra en una cabina telefónica y se aísla de lo que lo rodea, sino con la actitud de hacer nuestro trabajo eficazmentey contribuir a que el de los demás sea también muy eficaz. Uno de los participantes dijo que eso era semejante al fútbol total de Rinus Michels, donde los jugadores no se confinan en un espacio sino que se desplazan y contribuyen desde cualquier punto de la cancha al éxito del equipo. Unos días después este periódico anunció la muerte de ese genio del fútbol. Su aporte, según cronistas deportivos,consistió en crear un compromiso colectivo, dentro del cual dar total libertad de movimientos a sus jugadores sobre el campo, lo cual requería de una extraordinaria preparación física y de una dura disciplina de equipo.
Esos conceptos me movilizaron en varias direcciones. Pensé en las empresas donde además de realizar un trabajo de 8 a 5, su personal participa en actividades en beneficio de la comunidad. Pensé también en la medicina familiar, de la cualse habló mucho hace unos años. Era un concepto revolucionario según el cual el médico no debía concretarse a esperar al enfermo en el hospital, sino que tenía que salir a los pueblos y a los barrios, no solo a llevarle al paciente la medicina curativa, sino a trabajar con los habitantes para evitar la enfermedadmediante la prevención y para mejorar proactivamente la salud,mediante la práctica de mejores hábitos de vida.
Pienso en el maestro que no se inmoviliza en la función de enseñar, entendida como la repetición de contenidos que están por ahí en un libro,sino que conduce creativamente un proceso en el cual a veces enseña, siempre entusiasma y a menudo aprende. O en la familia que deja de ser hotel donde se come y se duerme y se enriquece siendo también lugar de trabajo, de apreciación artística, de responsabilidad cívica, de crecimiento intelectual y de expresión espiritual. O en una asamblea legislativa donde no prevalecieran los lemas de las fracciones, ni las rudimentariasfunciones de proponer y oponerse, sino donde se asumiera el compromiso colectivo de generar progreso y desarrollo, mediante el diálogo, la negociación, la construcción de acuerdos.
Ni Da Vinci ni Miguel Ángel eran solo pintores o escultores. Eran artistas.Ni Churchill ni Adenauer eran solo abogados, economistas o historiadores. Eran humanistas. Poco se puede esperar de los políticos que no logren ver más allá de elecciones, votos y tácticas.
La misma gente, usted , yo y aquéllos, los mismos políticos, los mismos expertos, jugando el juego de manera diferente, visualizando nuestro papel con menos miopía, comprometiéndonos con nuestra contribución de manera más generosa,podríamos producir resultados diferentes. Preguntémonos cómo podemos transformar nuestro juego –laboral, académico, estudiantil, familiar, político- en fútbol total para bien de este país que tanto tiene y tan poco avanza.