Cuando revisamos las ideas que diversas personas han venido dando desde hace varios años sobre los problemas políticos del país, encontramos que nadie hace el esfuerzo por enlazarlas, por encontrar en qué, unas se complementan o se enriquecen con las otras. A eso es a lo que se denomina un diálogo de sordos.
En un Desayuno de Radio Universidad, escuché al Dr. José Miguel Rodríguez, Director de la Escuela de Ciencias Políticas de la UCR. Mencionaba que no son solo los políticos quienes deben concebir ideas para mejorar el modelo político, sino que los ciudadanos comunes y corrientes tenemos que opinar y mostrar nuestros deseos. Creo que no se trata de opinar de cualquier manera. Hay que opinar con razonabilidad. Ha de haber algunas reglas que nos vayan acercando a acuerdos de calidad. Por ejemplo, cuando un habitante muestra un desacuerdo con alguna medida o proyecto, no debería simplemente mostrar el desacuerdo sino decir con qué sí estaría de acuerdo. Si cuando estamos regateando con un vendedor simplemente le decimos que no queremos pagar el precio que pide, la venta no se concretaría jamás. Si en cambio le decimos cuánto estaríamos dispuestos a pagar, se abre el camino de la negociación. Ningún habitante en un país moderno, obtiene exactamente lo que desea, y todo habitante educado sabe que así es como funcionan las cosas. Por eso no se empecina en su punto de vista sino que está dispuesto a variar aspiraciones, gustos, deseos, para lograr acuerdos que permitan a la comunidad, al país, seguir adelante. El diálogo se bloquea si cada uno se siente el centro del universo.
¿A qué llamamos razonabilidad? Veamos un ejemplo. Un deseo compartido es que nos aumenten el salario a todos. ¿Es eso razonable? No, porque nadie nos va a comprar lo que producimos con ese costo más alto. En cambio sí es razonable gestionar una participación en los incrementos de productividad.Un autobús es totalmente diferente a un taxi. Para viajar en bus tengo que ceder algo de comodidad personal. La vida en sociedad, es algo semejante. No podemos obtener todo lo que deseamos. Querríamos un policía en cada manzana para así no tener que pagar el guarda del barrio,pero entonces no habría con qué pagar a todos losmaestros y nuestros niños, en vez de estar en grupos escolares de treinta y cinco, tendrían que estar en grupos de cincuenta.
Dialogar, decía un recordado colega, es irse poniendo de acuerdo sobre cómo seguir dialogando. Cada uno de los habitantes de un país tiene responsabilidad por practicar el diálogo. Con sus familiares, con sus compañeros de trabajo, con sus vecinos. ¿Cómo vamos a dialogar nacionalmente si no conseguimos dialogar a nivel privado? Gandhi tiene una frase muy desafiante: sé tú el cambio que deseas que ocurra.Si el dirigente sindical, o el ministro, o el diputado no dialogan, podría ser porque como país, no hemos refinado ese mecanismo a nivel personal. A nivel individual y anivel social, la receta es la misma. A y B no podrán dialogar si no reconocen sus creencias particulares sobre un asunto y si no aceptan que sus respectivas creencias podrían modificarse en beneficio de poder llegar a un acuerdo. Tenemos que reconocernuestras creencias y las ajenas. Respetar que el otro las tenga y mediante argumentos tratar movernos –ambos- hacia unas creencias más cercanas a la realidad. No minusvalorar ni agredir a la otra persona por la creencia que tiene. Por ejemplo, si A cree que tiene que haber un IMASgrande y gordo y B cree que los esfuerzos privados pueden ser más eficientes en el combate de la pobreza extrema, reconocer, aceptar y razonar sobre las creencias,los podría llevar a ponerse de acuerdo sobre un IMAS que investigara e innovara en materia de combate de la exclusión y muchas iniciativasprivadas que ejecutaran diversos programas eficientes. Mientras cada uno está vociferando detrás de su estandarte, el mundo avanza y nos deja atrás.