Tiempo y energía. No podemos hacer todo lo que queremos. Las cosas tienen costo de oportunidad. No podemos dedicarnos al deporte15 horas al día y a la vez hacer una carrera profesional, y las dos cosas son importantes. Una hora más de estudio implica una hora menos de deporte. O de disipación, o de contemplación. Nuestra vida está regida por el principio económico: queremos hacer muchas cosas, pero los recursos – el tiempo y la energía – son limitados.
Sacrificar es hacer que algo muera para alcanzar un objetivo superior. Abel ofrecía los frutos de la tierra en homenaje a Yavé y el pueblo judío sacrificaba tórtolas y corderos. Y según la teología cristiana, Jesús se ofreció como víctima. Cuando prescindimos del descanso –tan agradable, tan relajante, tan poco exigente- para entregarnos al trabajo –tan exigente, tan demandante- estamos cambiando un uso del tiempo sensorialmente agradable, por otro socialmente productivo. Parece que la regla es que para lograr determinadas cosas hay que sacrificar otras, hay que hacerse una cierta violencia. El estudiante sacrifica horas de diversión para obtener conocimiento. La madre sacrifica confort para atender a sus hijitos. El centinela sacrifica sus horas de sueño para velar alerta no vaya a ser que se infiltre el enemigo. La madurez del ser humano es un peregrinar desde una conducta regida por la búsqueda de placer, hacia una conducta regida por la razón. Esto no lo dice San Luis Gonzaga. Lo dice Freud.Y no se trata de tenerle ojeriza alplacer. Tiene una función importante en nuestras vidas. Aniquilado el resorte del placer no comeríamos y no descansaríamos. Pero si la razón no hubiera ordenado las acciones según objetivos que fueran más allá de la pura proteína, no habría ocurrido nada de lo que llamamos civilización en el plano social, o madurez, en el plano personal. Nada importante se realiza sin sacrificio. Ninguna inversión –aumento de la capacidad- puede ocurrir si no se restringe el disfrute presente.
Cuando se poda un rosal –en menguante, desde luego- sacrificamos unas ramitas que ya produjeron rosas, para apostar por otras cuyas yemasaún no han florecido. Cortamos las ramas de los árboles para lograr más crecimiento hacia arriba, o menos nudos en la madera que será. En plantas ornamentales queremos deshacernos de las ramas dañadas. Sacrificamos algo, para lograr algo que valoramos más.
Vivir es cambiar constantemente. Se dice que todas nuestras células –excepto las neuronas- se renuevan cada siete años. Que no hay en mi páncreas ninguna célula que ya estuviera ahí hace siete años.Nuestro progreso como personas se ve obstaculizado por la resistencia al cambio, detrás de la cual lo que existen son ligamentos de apego. Apego a lo que sabemos, a lo que creemos, a las rutinas,a nuestras relaciones, a nuestros sueños. El desapego es liberación. Dormir en otra cama, comer en otro puesto, caminar otros caminos, pensar en otro rumbo, hablar en otra lengua, mirar desde otro ángulo, son acciones difíciles que nos causan malestar y temor.
Potencia y acto. Glosemos el conocido mensaje. Si la semilla de naranja no deja de serlo, si no muere como semilla, nunca será arbusto de naranja. Si no apagamos el ruido de lo no importante, no podremos escuchar la voz de lo importante. Si dispersamos la luz del espíritu en cuanta sensación nos la demanda, no lograremos enfocarla hacia las ideas, los sentimientos, las mociones que valen la pena. Si no orientamos con rigor el continuo fluir del tiempo que pasa, pasará sin dejar fruto ¡Sepamos morir un poco. Ahora es cuando!