Estamos a mitad de lo que los católicos denominan cuaresma y que idealmente es para ellos un tiempo de mortificación y penitencia que va del Miércoles de Ceniza al Viernes Santo. Penitencia es según la Real Academia procurar la mortificación; y mortificación, según la misma fuente es domar las pasiones castigando el cuerpo y refrenando la voluntad. ¿Tiene esto algún sentido para la vida en la empresa? Vamos a tratar de explorarlo.
Primero hagamos una conexión con lo que hoy en día se denomina educación del carácter en algunas escuelas norteamericanas. Tomemos por ejemplo el Character Education Institute (CEI), que es una institución fundada en 1942 con el objetivo de desarrollar ciudadanos responsables, los cuales son definidos en los manuales del CEI como aquéllos que piensan antes de actuar, que reconocen las consecuencias de sus actos en ellos y en otras personas y que identifican la autodisciplina como el medio de lograr objetivos en la vida.
Segundo, tomemos unas reflexiones de Peter Drucker sobre los líderes: «La prueba definitiva de la sinceridad y la seriedad de una administración es el énfasis inflexible en la integridad del carácter” Pues el liderazgo se ejerce a través del carácter “El carácter no es algo que el individuo pueda adquirir; si no lo aporta al cargo, jamás lo tendrá. No es algo acerca de lo cual pueda engañarse a la gente. Las personas con quienes un individuo trabaja, y sobre todo sus subordinados, saben en pocas semanas si tiene o no integridad… Nunca debe designarse en un cargo gerencial a la persona que no impone elevadas normas a su propio trabajo… Pero si carece de carácter e integridad, por mucho que sepa, por brillante y eficaz que sea su desempeño, es capaz de destruirel espírituy el desempeño… No debe designarse en un cargo gerencial a una persona cuyo carácter, a juicio de la alta dirección, no puede servir como modelo a sus subordinados “(La Gerencia, tareas, responsabilidades y prácticas, al final del capítulo 36)
Ahora escuchemos a Daniel Goleman, en La Inteligencia Emocional: «Existe una palabra muy antigua para referirse a todo el conjunto de habilidades representadas por la inteligencia emocional: carácter. Según Amitai Etzioni, un teórico social de la Universidad George Washington, el carácter es el músculo psicológico que requiere la conducta moral. Y continúa Goleman: «La piedra de toque del carácter es la autodisciplina -la vida virtuosa- que, como han señalado tantos filósofos desde Aristóteles, se basa en el autocontrol. Otro elemento fundamental del carácter es la capacidad de motivarse y guiarse a uno mismo, ya sea para hacer los deberes, terminar un trabajo o levantarse cada mañana. La capacidad de demorar la gratificación y de controlar y canalizar los impulsos constituye otra habilidad emocional fundamental a la que antiguamente se llamó voluntad». Y agrega una cita de Thomas Lickona quien dice que «Para actuar correctamente con los demás debemos comenzar dominándonos a nosotros mismos (a nuestros apetitos y a nuestras pasiones). Así, la emoción permanecerá bajo el control de la razón».
Independientemente de posiciones religiosas, parece saludable que al menos durante cuarenta días en el año, pudiéramos someternos al entrenamiento de posponer la satisfacción de algunas necesidades, de prescindir voluntariamente de tantas comodidades como disponemos, de esforzarnos un poco más en el cumplimiento del deber, de dejar de ir tan ciegamente a lo nuestro y de abrirnos un poco más al otro: al amado, al compañero, al colaborador, al cliente, al votante. Cuarenta días para evitar malgastar el agua, quemar menos combustibles, consumir menos grasas, colaborar más y competir menos, hacer más «pases» y «trabonear» menos. Cuarenta días para robustecer la autodisciplina, el autocontrol y la vida virtuosa de la que hablaba Aristóteles. Cuarenta días para dejar de vivir a «piquito que querés» como dice una amiga muy cercana.