Arrear gatos

Esta expresión se utiliza en las empresas como elemento de comparación que ilustra las dificultades que un jefe experimenta en lograr que su grupo de colaboradores realice su trabajo. «Lograr algo aquí es más difícil que arrear gatos».

Y al escuchar eso empatizamos con esa persona en posición de jefatura que intenta una y otra vez, solo para encontrar grandes dificultades para sacarle una melodía a todo ese conjunto de personas que están dispuestas a tocar sus instrumentos pero a su modo, en su momento, en su propia nota, en suma, a su aire.

Recientemente me di cuenta de que la expresión no existe solo en castellano. Alguien tan reputado en el campo del liderazgo como Warren Bennis tituló así un libro publicado en 1997: Conducir personas es como arrear gatos (traducción libre). Las personas, como los gatos –dice Bennis– se resisten a ser tratados como manada.

Como jefes, como padres, nos resultaría más cómodo guiar una manada: nadie replica, nadie critica las órdenes, hay un pensamiento único. Pero desde el punto de vista de la productividad, de la innovación y de la dignidad de las personas, ese sería el peor de los mundos.

¿Por qué tenemos la tentación de controlar a las personas? Podría ser que la razón estuviera en que la incertidumbre nos resulta difícil de manejar. Queremos hacer predicciones que se cumplan: nos llena de gozo que la mascota amaestrada ejecute las rutinas que le hemos enseñado.

Y la maestra cuando tiene que abandonar el aula por unos minutos, querría regresar y encontrar todo en orden. El control nos permite saber como será el futuro: será como lo querramos, porque nosotros ejercemos el control. Cuando alguien valora altamente el control, tener a su cargo personas cuestionadoras, díscolas, rebeldes o simplemente autónomas, aumenta su incertidumbre porque nunca se sabe «con qué van a salir» y esa incertidumbre viene a representar un costo.

Sin personas autónomas, de esas que no pueden ser conducidas como manada, la creatividad se reduce. El supuesto de quienes querrían que conducir sus grupos de trabajo fuera como arrear ovejas, es que existe un camino correcto y que quien conduce al grupo lo conoce. Eso podría ser cierto en algunos procesos simples y rutinarios.

Pero, cuando, como ocurre en situaciones complejas que demandan conocimientos e invención, la apuesta más segura a favor del fracaso es no contar con personas autónomas, maduras, que se atrevan a pensar por sí mismas. El comportamiento autónomo, individual, personal, enriquece con aportes singulares el trabajo del grupo. Cada uno es cada uno y cada uno tiene sus cadaunadas, decía un amigo. Y las cadaunadas son sinérgicas.

Claro que hay que distinguir entre autonomía y rebeldía habitual. La rebeldía habitual es una compulsión a disentir, a llevar la contraria, a salirse con la suya. Y si la autonomía surge de la libertad personal, la rebeldía es más bien una señal de falta de libertad, puesto que es una compulsión a salirse siempre de lo esperado o de lo compartido.

Entonces el ideal de la conducción de grupos sería conducir gatos que tuvieran la capacidad para escoger su camino y para idear nuevos.


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