Recursos humanos

Algunos profesionales del ramo de la dirección de empresas tienen una cierta resistencia a utilizar el término «recursos humanos». En su lugar encuentran más satisfactorio el de «factor humano».

El primero, pone a las personas en un tono de igualdad con los medios de pago (recursos financieros) y con la planta industrial (recursos físicos) . En cambio si distinguimos el factor humano y los recursos productivos, le damos al conjunto de los seres humanos en la empresa, una connotación de no cuantificable, de no contabilizable, de imponderable.

Los seres humanos tenemos fibras sensibles que no sabemos cómo van a reaccionar. Para la rata que está en entrenamiento, previo a la saciedad, siempre el alimento será un incentivo para reforzar su aprendizaje, pero el ser humano es capaz por ejemplo, de no aceptar un incentivo que roce con su dignidad. Por eso, muchas de las consideraciones que se hacen sobre seres humanos en la empresa, utilizan ese concepto comodín que es «la caja negra». Cuando tengo una olla con agua sobre el fuego, si aumento el fuego, sé muy bien que se acorta el tiempo requerido para lograr la ebullición. La relación de causalidad es simple y visible. Pero con los seres humanos no ocurre lo mismo. El jefe les hace una arenga para que trabajen con mayor entusiasmo y misteriosamente opera el efecto contrario. O las condiciones del trabajo se hacen adversas y empezamos a observar mayor empeño de las personas. La causalidad no es transparente, no está a la vista. Se dice entonces que la arenga o la adversidad, entraron en una «caja negra» y se obtuvo el resultado que se obtuvo, pero no se sabe qué fue lo que ocurrió realmente dentro de la caja. Es que las personas son cajas de sorpresas, decimos de manera más familiar.

Vemos en las empresas muchas veces que los títulos académicos no están relacionados con el desempeño. Tampoco en algunas se modifica el desempeño aunque se aumente el presupuesto destinado a capacitación. En cambio una aplicación de cualquiera de las prácticas que hacen que las personas se responsabilicen un poco más y arriesguen un poco más, hacen que el desempeño se eleve desproporcionadamente. Eso siempre me ha hecho pensar en la palabra entusiasmo cuyo origen pasa por algo como «enteos» que más o menos quiere decir que se nos mete un dios. Entusiasmarse es un acto espiritual. Se puede ajustar una máquina, se puede entrenar un caballo, pero sólo se puede entusiasmar a una persona. Como lo ha revelado le explicitación del genoma humano, en una alta proporción coincidimos genéticamente con los animales, y no es sino una bajísima proporción de los genes lo que nos hace humanos. A esa bajísima proporción estaríamos aludiendo cuando en vez de recursos humanos y aun de factor humano, habláramos más bien de espíritu humano.

No se podría decir que la resistencia del pueblo inglés durante la Batalla de Inglaterra, fuera algo directamente explicable en función de capacidades o de la forma de las intervenciones de Churchill. Tampoco podemos explicarnos el éxito del Viet Cong si solamente se considera los recursos físicos disponibles en las dos partes en contienda. En esto más bien opera algo que es muy relacionado con la vida que es la desproporción: el salto de una pulga es desproporcionado a la energía utilizada. En un cuento de don Carlos Salazar Herrera, un hombre llega al hospital con su mujer, después de grandes esfuerzos por desatascar la carreta en el camino. Una vez que su mujer es atendida, el hombre se desploma sin vida. La explicación del médico es penetrante: ¡Ese hombre venía muerto! Cuando lo que está operando es lo humano, al igual que ocurrió con el Cid, ni siquiera se necesita estar vivo para ganar la batalla.


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