Una tentación frecuente entre padres, educadores y jefes es intentar hacer a los otros a su imagen y semejanza. Si eso fuera posible, perderíamos como especie, porque nuestra capacidad de ver cómo le conviene ser a otros, es extremadamente limitada, en tanto que la especie se beneficia de los múltiples destellos de originalidad que hay en la vida de cada quien. En una ganadería, sí convendría que las terneras fueran como la madre, si es que la madre es una buena vaca lechera, pero entre los seres humanos, hay un gran vigor en que cada uno salga por donde ha de salir, porque la aventura humana requiere infinitas más cosas que la productividad.
Esto es más fácil decirlo que hacerlo. Porque las singularidades de las personas a menudo se salen del libreto para incomodidad de quienes las dirigen o las educan. Y esa posibilidad de que se salgan con la suya, las hace más o menos impredecibles . Conducir personas impredecibles nos llena de incertidumbre y hace de la pedagogía y de la dirección de personas una tarea que demanda amplitud de visión y amor por el germen que hay en cada uno. Por ejemplo en el ejército, se espera que las personas sean totalmente predecibles. Ningún oficial aceptaría a un soldado que de pronto se pusiera a preguntarse si el enemigo es tan malo como lo pintan o dijera que en este día tan primaveral, declara una tregua. Hasta ahí llegaría el espíritu de cuerpo. Los ejércitos quieren personas uniformes – no sólo por el uniforme que llevan encima de la piel – sino por el que llevan debajo de la piel.
Esa tendencia a uniformar a otros, a regirlos, a hacerlos predecibles está en la base de muchos esfuerzos de ingeniería social o de ingeniería política. Y es la que en el terreno puramente individual lleva a los padres a exclamar «Por qué este hijito mío no puede ser como X…», donde X puede ser el padre, el mejor de la clase, o el chico que es la admiración del vecindario, como Abelardo el de Las Fisgonas de Paso Ancho .
La empresa de nuestros días está ante una situación semejante a la que enfrentan los sistemas educativos. Se dice que lo que sabemos es muy bueno para resolver los problemas del pasado, pero que aún no hemos aprendido lo que es necesario saber para lidiar con los problemas del futuro. Por eso, tanto los maestros como los conductores de empresa tienen que tener la mente muy abierta para que los colaboradores y los educandos adopten cambios en la manera de hacer y posiblemente en la manera de ser .
Se dice continuamente que estamos metidos en una situación de cambio, que ha dejado de ser un proceso ordenado para convertirse en una turbulencia, de lo cual tal vez tenemos más conciencia ahora, aunque ya hace muchos años Ortega lo dijo de manera muy bella: La vida es siempre urgente. Se vive aquí y ahora sin posible demora ni traspaso: la vida nos es disparada a quemarropa.
No podemos enfrentar un futuro inédito, con recetas del pasado. Y la originalidad requerida para esos retos, depende de que tengamos la presencia de ánimo de aceptar las singularidades de los demás. Y se necesita presencia de ánimo porque siempre hay el riesgo de que al dejar expresarse auténticamente al estudiante, al colaborador, a los hijos, en vez de cultivar el genio cultivemos al disociador, en vez de auspiciar a una persona creativa, estemos auspiciando a un saboteador. El otro riesgo es que el remolón, el vivillo, el negligente, se amparen en el derecho a ser ellos mismos, para no hacer, para no arrimar el hombro. Jefes y padres tienen que distinguir muy bien cuando el reclamo al derecho de ser cada uno, podría ser disfuncional para la empresa, para la familia y para la misma persona.
Parece sano que el derecho a la singularidad tuviera como prerrequisito el haber demostrado buena voluntad y capacidad de autogobierno, en forma análoga a como se dice que Picasso, llegó a pintar como Picasso después de haber sido mucho tiempo un dibujante estrictamente apegado a las reglas.