Con mucha frecuencia nos encontramos en situaciones en las cuales tenemos interés en un objeto, un espacio o un tiempo que también interesa a otros, las cuales se denominan en lenguaje popular como situaciones en las que «si no hay pa’todos hay patadas» .
En Harvard, hace años en un proyecto de investigación sobre la resolución de conflictos, llegaron a conclusiones prácticas que distan mucho de la visión lúgubre según la cual para llegar a arreglos sólo se puede recurrir al camino del estira y encoge, de partir la diferencia, de aceptar perder o de «tirarse al otro». Ilustremos parte del método mediante el ejemplo de dos que se enfrascan en una rebatiña para ver quién se lleva una mayor proporción del queque cuya producción está a punto de iniciarse . Se desata entonces toda la imaginación agresiva de los contendientes: destruirlo para que no sea de nadie, amenazar al otro para que acepte quedarse apenas con un trozo. Sobornarlo con unos helados que tienen un sabor horrible pero que él otro no lo sabe , para que deje la mayor parte del queque. Engañarlo diciéndole que el queque le eleva el colesterol o manipularlo con que el queque lo requiere una ancianita que sueña con él y que está en las últimas.
En el proyecto de investigación mencionado, introdujeron a esas formas tradicionales de negociar, enfoques tan esperanzadores como el de indagar si una de las partes pudiera aportar un poco de harina y azúcar y la otra parte huevos y mantequilla. Con esto el queque podría hacerse más grande y la lucha por aumentar la proporción que cada uno se llevaría, baja de intensidad, puesto que un cuarto de un queque muy grande puede ser tan importante como la mitad de un queque muy pequeño.
Imagine que dos compañeros tienen que compartir la misma habitación y ambos tienen distintas formas de disponerse al sueño. Uno escucha música bullanguera por dos horas antes de dormir. El otro necesita silencio absoluto o no logra dormirse. Por una noche o dos cualquiera está dispuesto a «dejarlo por la paz»: se aguanta, no dice nada, pero jamás volverá a hacer un viaje con ese compañero. Pero si son hermanos que comparten una habitación, el conflicto no se puede barrer bajo la alfombra. De nuevo la reacción primitiva: destrucción subrepticia del aparato de radio, amenazas, razones, sobornos. O un esfuerzo civilizado por ver cómo cambiamos la situación para que ambos puedan salir gananciosos. En su forma más conocida el camino consiste en adquirir unos audífonos, con lo cual uno tiene música y el otro silencio en las horas en que ambas cosas son fuente de fricciones. Cuánto del precio de los audífonos es pagado por cada uno, es un detalle a resolver. Lo importante es que los audífonos son una solución satisfactoria.
El hábito de resolver conflictos de esta manera se puede adquirir. El punto de partida es la actitud compartida de que los elementos del conflicto pueden ser modificados. En vez de pelear por un queque de una libra, podríamos dividirnos tranquilamente un queque de dos libras. En vez de plantear el asunto como el choque excluyente entre música y silencio, podríamos tener ambos a la vez . Para esto, hay que tener la convicción racional de que no en todos los conflictos el hecho de que uno gane implica que el otro pierda, sino que es posible que ambos ganen. Si miramos el conflicto como un combate naval, ese juego que consiste en que dos grupos tiren cada uno del extremo de una cuerda, es claro que un grupo gana y el otro pierde. O lo peor en este caso, que sería una situación de empate permanente, lo cual equivale a eternizar el conflicto.
Esto ilustra que una de las reglas de este método consiste en que las partes en conflicto dediquen energía no a pensar cómo salir gananciosa en la situación tal y como está, sino cómo ayudar al otro a alcanzar los objetivos que tiene , en lo cual hay un poco de sabor evangélico, cuando pensamos que lo que es necesario para el éxito de ambos contendientes es que cada persona se olvide un poco de sí misma y ponga su creatividad al servicio de las necesidades de la otra.