Pensar y hacer

Hace muchos años, un famoso profesor de política de empresas vino, a petición nuestra a tener un diálogo con quienes estaríamos abandonando las aulas en los próximos meses. Tenía fama de estar situado más allá de los sistemas y de las doctrinas y por supuesto, más allá de las modas gerenciales, que en ese tiempo no eran tan abundantes como ahora. Se le consideraba algo así como un teórico de la acción empresarial. Como lo habíamos invitado a dialogar, de arranque nos preguntó sobre qué queríamos dialogar. A mí me saltó a la mente un tema: por qué no hablar sobre la distancia que hay entre el pensamiento y la acción. Pero el tema me pareció muy abstracto. Temí que me dijera que estábamos en una escuela de dirección de empresas y no en una de filosofía y reprimí la pregunta. Como su presencia y su fama imponían algo así como reverencia, todo el grupo calló. Él dejó en el aire su invitación a que escogiéramos un tema y la continuó con una pausa que ya empezaba a ser incómoda. Entones exclamó: » Cómo no quieren proponer un tema, yo voy a hablar de algo que me anda interesando mucho. ¿Cuál es la diferencia entre pensar y hacer?»

Resulta muy llamativa la diferencia entre la facilidad con la cual imaginamos cosas y en nuestra mente ya las damos por hechas, y la dificultad con la cual hay que ir, paso a paso, golpe a golpe, dándolas a luz en la realidad. Hay niños que sueñan con cosas atractivas y despiertan llorando en medio de la noche pidiendo lo que soñaron. De adultos, estamos prevenidos contra eso, pero no contra la tendencia a saltarnos los pasos que van de la idea que vemos en nuestra mente, a la cosa ya construida o realizada.

Cuando alguien pasa rápidamente sobre las dificultades de hacer algo, se decía en el pasado «eso no es soplar y hacer botellas», un dicho que tiene su origen en la forma en que se hacían las botellas artesanalmente. El artesano, con el extremo de un tubo largo, saca de un crisol una porción de vidrio derretido por el calor, y va soplando y rotando el tubo hasta darle forma al vaso o a la botella que está haciendo. Verlo hacer eso, da la sensación de que cualquiera que se ponga a soplar haría lo mismo, lo cual no es cierto. Igual ocurre con otras destrezas menos pintorescas: coger café no es fácil, cortar con un serrucho tampoco. Y cuando se trata de actividades complejas como reparar un automóvil, hacer una buena sopa o levantar un muro, fácilmente nos damos cuenta de que pensar no es lo mismo que hacer.

Hace cuarenta años casi no había libros de administración. Hoy sus temas llenan los estantes, con alguna tendencia a presentar los problemas de la disciplina como si todos fueran solucionables a base de recomendaciones técnicas. Pero la verdad es que muchas actividades humanas importantes se han realizado en ignorancia de las técnicas de las que estamos tan ufanos hoy. Colón viene a América sin haber leído un libro sobre liderazgo, Keith desarrolla la industria bananera en Costa Rica sin que Porter le recitara su doctrina de la ventaja competitiva, un puñado de costarricenses transforma institucionalmente a Costa Rica en menos de dos décadas antes de que hubiéramos escuchado hablar de desarrollo económico, los padres promueven familias sanas, exitosas, sensibles, sin haber escuchado una conferencia sobre la visión como fuente de acción. En esto ocurre un poco lo que afirma aquella narración humorística según la cual científicamente está demostrado que el abejorro no puede volar, porque la superficie de sustentación de las alas es muy pequeña en comparación con el peso del abejorro y, sobre todo, porque no cumple los requisitos del perfil aerodinámico. Pero como el abejorro no sabe todo eso… vuela sin preocupación!


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