Trabajo de valor

La relación laboral de una persona con una empresa, puede desarrollarse de muy diversas maneras. Para poner dos maneras extremas, digamos que una cosa es «tener una chamba» y otra muy diferente, estar haciendo una contribución al logro de los objetivos. ¿Trabaja Ud. en tal empresa? Y alguien con sorna dice entre dientes: «No. Ahí sólo le pagan el sueldo».

Hay épocas y formas de vinculación laboral en las cuales lo más difícil es conseguir un puesto, pero una vez logrado esto, opera una inamovilidad tácita que hace que sea muy fácil conservarlo. A esta situación se le ha llamado «estar en la zona de confort»: ninguna amenaza ni perturbación obliga al trabajador a hacer esfuerzos por conservar su puesto. Pero hay otras épocas en que los puestos deben ser conservados compitiendo; compitiendo con uno mismo para crear valor.

Una relación de trabajo tiene sentido para la empresa, cuando el trabajador o colaborador realiza una contribución mayor que el costo del salario. Y esto también podría constituir el sentido para el colaborador, si recordamos aquella expresión que dice que quien no hace más que lo que le pagan, no vale lo que le pagan. Un sano ejercicio para un colaborador proactivo y ético, es preguntarse continuamente cuál es la contribución que hace con su trabajo .

Con trabajo de valor, las empresas son más competitivas, y los países también. La supervivencia de aquéllas y el bienestar de éstos están más asegurados. ¿Y qué es el trabajo de valor, el trabajo de alta contribución? No es un asunto sólo de técnicas o de destrezas. Es también de actitudes. Un colaborador que genera valor no se limita a seguir órdenes sino que las enriquece inteligentemente aplicando su buen juicio. No es alguien a quien haya que «arrear» sino que ejerce su iniciativa, «tiene las pilas puestas» o como dicen pintorescamente en las empresas, «se pellizca».

Los colaboradores que agregan valor, tienen disposición a aprender, no se encierran detrás de la descripción del puesto, tienen inquietudes, hacen preguntas. Para ellos el jefe no es un policía que los vigila sino un recurso organizacional para conducir y coordinar el esfuerzo. Por tanto mantienen un contacto frecuente y maduro con su jefe.

Se agrega valor cuando el colaborador se responsabiliza por sus asuntos. No se inventa excusas ni busca a quien pasarle la culpa de los eventos negativos. Se apropia de los asuntos que le competen y de esta manera, en un ejercicio de autonomía, los convierte en «lo que tengo que hacer». No apropiarse de los asuntos es verlos como «lo que me mandaron a hacer» y entonces el trabajo es un ejercicio de sumisión. En uno u otro caso, difieren la energía y la iniciativa con las que se acomete la tarea.

Finalmente hay una diferencia de enfoque muy importante. Un colaborador que agrega valor no espera órdenes para hacer lo que beneficia a la empresa. Su actitud es la de que es mejor pedir perdón que pedir permiso. Lo contrario es regirse por el principio de que lo que no está expresamente mandado, es como si estuviera prohibido, regla que rige a las administraciones públicas.

La obligación ética de los empresarios es operar empresas rentables a base de creación de valor. La de quienes trabajan en las empresas es contribuir con su trabajo a esa creación de valor. En ambos casos rinde más beneficios el ejercicio del ingenio y de la innovación, que el ahorro pusilánime de costos o de esfuerzos. El reto para el colaborador debería ser cómo rendir más en su trabajo y el del empresario, cómo hacer la empresa más competitiva de manera que pudiera ser una fuente de trabajo estable y de alta remuneración.