Un arquitecto hace un plano. Un plano es una idea compleja. No sólo contiene consideraciones técnicas sino también arte, gustos, deseos. Los planos expresan en tinta y papel no sólo la forma en que se satisfarán las necesidades de vivienda de una familia, sino también cómo conciben la forma física dentro de la cual realizarán sus anhelos de vivir armoniosamente y felizmente, si se puede. ¿Qué le falta a esa idea para convertirse en una casa? El tema ilustra la distancia que hay entre un plan y el resultado de la acción.
El talento específico del maestro de obras es convertir planos en casas. Nadie trabajaría con un maestro de obras si no tuviera confianza en su talento, en su honestidad, en su diligencia. Para convertir un plano en una casa se requiere entender el plano y luego conseguir que todos los colaboradores estén dispuestos a ejecutar su parte con esmero: unos pegan bloques, otros hacen trabajo en madera, otros completan cañerías e instalaciones eléctricas. De nada sirve que entienda el plano si no lo sabe explicar. De poco sirve explicar si no logra despertar entusiasmo. El maestro de obras deberá dedicar tiempo y energía a entender, a explicar, a entusiasmar a sus colaboradores para dar a luz la obra.
El talento específico de los ejecutivos es convertir planes en resultados. Los planes en la empresa, cuando implican irle dando forma al futuro, se denominan estrategias . Para que un plan empresarial se convierta en resultados, se requiere entre otras cosas que sea claro. Se requiere que sea compartido por quienes tienen que ejecutarlo. Para esto es necesario que el ejecutivo comunique entusiasmo y despierte la adhesión de todos sus colaboradores. Un ejecutivo necesita contar con la confianza de sus seguidores para despertar esa adhesión.
Los ciudadanos pensantes, tienen ideas sobre cuál es el tipo de país que querríamos tener en el futuro. Cuando hablamos de estos temas, la visión de futuro queda condensada en la frase «el país que queremos para nuestros hijos o para nuestros nietos». A menudo estas ideas son de difícil comunicación. Tropiezan con prejuicios, con creencias. Y entonces enfrentamos una situación semejante a la que ocurriría si en una construcción el arquitecto no consiguiera hacerse entender por el maestro de obras.
En las naciones, quienes convierten esas ideas en resultados se llaman estadistas. Un estadista se parece a un maestro de obras. Tiene que tener clara la visión. Tiene que saber ver con los ojos del espíritu, el país posible con el cual sueña. Tiene que contar con la confianza de trabajadores, empresarios, sindicatos, partidos. Y tiene que tener destrezas para desarrollar los planes.
Hay semejanzas en algunos aspectos en la acción desplegada por personas individuales, empresas y naciones. Pero también hay diferencias fundamentales. Tanto el maestro de obras, como el ejecutivo tienen control sobre sus colaboradores. Pueden despedirlos, pueden sustituirlos. En cambio el estadista, no puede despedir a sus opositores, al líder sindical, al presidente de un gremio empresarial o a la dirigencia del partido opositor. O sea que la gran diferencia entre la acción en una construcción privada o en una empresa y la acción política en un país es una cuestión de riesgos: el obrero de construcción y el trabajador de una empresa, si no se suman con eficiencia al trabajo, tienen el riesgo de ser despedidos. En cambio en un país, un buen plan puede ser obstaculizado a pesar de su conveniencia, sin que quienes así lo hacen corran ningún riesgo, porque la posibilidad de oponerse está garantizada, independientemente de cuál sea la intención de quienes se oponen. Esto hace a los países más vulnerables que las empresas y que las construcciones de vivienda.