La frase «relaciones humanas», siempre me provoca una cierta desconfianza. Las buenas relaciones humanas a veces son concebidas como un comportamiento artificial, mistificado, según el cual tenemos la obligación de llevarnos bien. La desconfianza se origina en que la realidad demuestra que llevarnos bien es muy fácil con algunos, pero muy difícil con otros.
Cuando en una empresa se dice que «aquí somos una familia», tengo la misma desconfianza. No descartemos la posibilidad de que pueda existir tal afecto y tal lealtad, pero podría ser también que se tratara de una historia que a fuerza de contárnosla, quisiéramos que fuera verdad.
En una ocasión en que estaba exponiendo este tema en una empresa, uno de los participantes levantó su mano y me dijo : «Viera que aquí nos tratamos como en familia» . Y agregó a continuación: «Como en las familias discrepamos, confrontamos y a veces hasta nos peleamos».
Y decía bien ese ejecutivo. Con realismo, tenemos que entender que no existen las relaciones humanas de fricción cero, como no existe en física el movimiento de fricción cero. Y el gran objetivo que al respecto sería juicioso tener, es construir una convivencia civilizada. Si somos bendecidos con la amistad o mejor aún, con el amor, qué bien. Pero lo más frecuente es que tengamos que trabajar con colaboradores, compañeros y jefes que se rigen por el principio de que cada uno es cada uno, y claro está, tienen sus «cadaunadas» que a veces no nos caen bien.
¿ Qué hacer entonces ? Un camino ciego es el de querer cambiar al otro. Nadie intentaría convertir una piedrita en una canica. ¡Cómo es que de pronto aspiramos a que el jefe, el colaborador o el compañero se transformen en el tipo de persona que resulta de nuestro gusto!.
Que alguien nos caiga bien o no, no depende de lo que aquella persona piense, ni siquiera de lo que haga. Hay cosas de algunos que nos hacen gracia y las mismas en otros, nos indisponen. En esto estamos en un terreno que no es nada preciso. Hablamos de «vibras», hablamos de «química» y hasta quizá tengamos que hablar de feromonas. Una persona es como es, como resultado de un complejo equilibrio de múltiples elementos, de manera que carece de sentido la exclamación, en unos casos esperanzada, en otros llena de frustración, que nos hacemos sobre «Lo fácil que sería llevarse bien con fulanito si él quisiera cambiar ese detalle «. Claro que es posible cambiar.
Claro que cambiamos según vamos viviendo. Claro que es útil proponerse algunas metas de cambio. Pero para obtener mejoras en la convivencia a corto plazo, parece preferible seguir otro camino.
La convivencia civilizada consiste en que la relación con el otro no resulte contraproducente a lo que se quiere lograr. Que trabajar con fulanita no haga que el producto de lo que hacemos juntos, sea inferior a lo que haríamos separados. Para eso no se necesita que nos tengamos afecto.
Basta con que nos tengamos respeto como personas. No es necesario que estemos vueltos locos por trabajar con ella. Basta con que le seamos leales y esperemos lealtad. Eso es lo básico. Y sobre lo básico, bienvenidas sean las añadiduras .
Sería muy constructivo que nuestras relaciones interpersonales se fundaran sobre un pacto explícito según el cual estuviéramos dispuestos a dar respeto y lealtad y a cambio tuviéramos
derecho a esperar lo mismo de parte de la otra persona. Es difícil intentar hacer ese pacto porque nuestra alfabetización afectiva es muy escasa, pero hacerlo sería un sustituto de calidad de las idealizaciones y de las ilusiones que nos hacemos sobre cómo convivir con otros en el trabajo, en la familia, en la sociedad.