Las empresas no son simples mecanismos. Sin embargo, cuando vemos un libro sobre finanzas o sobre técnicas de producción, el enfoque es puramente mecanicista, de la misma manera que una parte de la oftalmología es pura física de los lentes.El corazón es una bomba, pero en el hombre hay más que ver que las leyes de la hidrodinámica.
Así, las empresas no están constituidas solo por procesos productivos sino porpersonas, por grupos y, por lo tanto, son fenómenos sociales. Además vistas a partir de sus componentes humanos, son también fenómenos éticos.
Podemos entonces hablar de lo que está bien y lo que está mal y hablar también de lo que nos hace más o menos felices en ellas.No deberíamos aspirar solamente a que las empresas fueran productivas, sino a que fueran también espacios en los cuales se pudiera obtener felicidad.Hasta hace poco casi no se hablaba de felicidad en la empresa.
Quienes lo hacíamos, abordábamos el tema con una cierta timidez.Hasta que Russell Ackoff nos ha dicho que si no encontramos la felicidad en el trabajo, algo anda mal con el trabajo o con nuestro sistema de valores.Ya no se trata simplemente de un trabajo confortable, de unas condiciones físicas agradables.
Se trata ahora de un trabajo en el cual nos sintamos bien con la tarea, con las relaciones a las que obliga la tarea y con los sentimientos que despiertan la tarea y las relaciones. La legitimidad de buscar la autorrealización en el trabajo le ha quitado la tapadera a las aspiracionesde la primera mitad del siglo: ocupación estable y bien remunerada.
¿Y el amor? Lo mismo ocurre con el tema del amor.Casi ningún autor habla del amor como una variable a considerar en el funcionamiento de las empresas.Hablamos de respeto, de convivencia civilizada, de colaboración, de compañerismo y la verdad es que todas esas actitudes son facetas del amor, entendido como una disposición del ánimo a abrirse hacia los otros en forma de apoyo, comprensión, compasión, entusiasmo por su bien.
Las buenas relaciones interpersonales no consisten en deshacernos de nuestra naturaleza, para tener un comportamiento angelical.Pero no han de ser simplemente un manojo de técnicas sobre cómo “ganar amigos e influir en los demás”.Y más bien se enriquecería mucho el concepto si le diéramos cabida, por la parte superior de los posibles buenos comportamientos, al comportamiento amoroso.
Se puede seleccionar al personal, entrenarlo, supervisarlo como quien sigue un manual de procedimientos o se puede hacer lo mismo amorosamente. El amor no es un sentimiento.No se trata de sentir cosas. Es una actitud.Es una disposición de la voluntad.Es una resolución de hacer las cosas de una cierta manera: de manera que beneficien al otro.
Tal proceder se puede practicar en la empresa, y de ellos somos testigos todos los que hemos tenido la dicha de conocer compañeros, mentores, jefes, líderes, que sin pregonarlo, tienen una actitud amorosa hacia las personas con quienes trabajan.
Cuando vemos los rasgos esenciales que los autores señalan para un buen equipo de trabajo – confianza y apoyo mutuos, comunicación espontánea-volvemos a pensar que tales rasgos florecen cuando los miembros del grupo tienen disposición a la entrega, al olvido de sí mismos, a la subordinación del yo para beneficio del nosotros.
Las empresas deben ser diseñadas como si quienes trabajanen ellas no fueran capaces de amar, pero no deben cerrar la puerta al amor.A diseñarlas no debemos hacernos ilusiones sobre el comportamiento de las personas, pero tampoco debemos olvidar la espiritualidad del ser humano, cuya manifestación más esmerada, y la que más puede humanizarlo, es el amor.